(¡Gracias, Meritxell!)
Entre los efectos a corto plazo de la separación, según Bowlby, analizados a partir de la observación de niños que fueron separados de sus padres, era frecuente que el niño mostrase alguna de las siguientes reacciones:
-Cuando vuelve la madre, el niño se enfada con ella, o le niega el saludo y hace como si no la viera.
-El niño se muestra muy exigente con su madre o con las personas que le cuidan; pide atención todo el rato, quiere que se haga todo a su manera, tiene ataques de celos y tremendas rabietas.
-Se relaciona con cualquier adulto que tenga a mano, de una forma superficial pero aparentemente alegre.
-Apatía, pérdida de interés por las cosas, movimientos rítmicos (como si se meciera él sólo), a veces dándose golpes en la cabeza.
Según Bowlby, algunas de las más graves alteraciones observadas en los niños separados de sus madres, en orfanatos y hospitales, dan una falsa sensación de que todo va bien: “Hay que hacer una advertencia especial sobre los niños que responden con apatía o con una conducta alegre e indiscriminadamente amistosa. Estos niños suelen ser tranquilos, obedientes, fáciles de manejar, bien educados y ordenados, y están físicamente sanos; muchos de ellos incluso parecen felices. Mientras permanezcan en la institución, no hay motivo aparente de preocupación; pero cuando la dejan se hacen pedazos, y es evidente que su adaptación era superficial y no estaba basada en un verdadero crecimiento de la personalidad”.
Pocos niños permanecen en una institución, pero muchos se ven separados de sus madres repetidamente unas horas cada día. El efecto no es tan terrible, pero existen similitudes. Hay niños que parecen “tranquilos, obedientes…incluso felices” en la guardería, pero rompen a llorar deseperados en cuanto salen. O que parecen adaptarse muy bien a dormir solos cada noche, pero “se hacen pedazos” en cuanto se abre una brecha en su aislamiento.
Las consecuencias más graves se producen tras separaciones largas, de varios días. Pero también las separaciones breves tienen un efecto; de hecho, el método usado por los psicólogos para comprobar si la relación madre-hijo es normal es el “test de la situación extraña”, en que se observa cómo reacciona un niño de un año cuando su madre se ausenta de la habitación y vuelve a los tres minutos.
A medida que el niño va creciendo, le es cada vez más fácil tolerar la separación de la madre. Como afirma Bowlby, los efectos de la separación son cada vez menos graves a medida que aumenta la edad del niño: “Mientras que hay razones para creer que todos los niños menores de tres años, y muchos de los que tienen entre tres y cinco, sufren con la deprivación, en el caso de aquéllos entre cinco y ocho es probablemente sólo una minoría, y surge la pregunta: ¿por qué unos y no otros?”.
Ese factor que hace que unos niños soporten mejor la separación que otros es, según Bowlby, la relación previa con su madre.
En los menores de 3 años, cuanto mejor era la relación con la madre, más se altera la conducta del niño tras la separación. Los niños que ya eran maltratados o ignorados en su casa, apenas lloran cuando se los llevan a un orfanato o a un hospital. Pero eso no significa que toleren mejor la pérdida, sino que ya no tenían casi nada que perder. No muestran la respuesta normal de un niño sano de su edad.
En cambio, entre los niños de 5 a 8 años, aquellos que han tenido una más sólida relación con la madre, los que recibían más mimos y pasaban más tiempo en brazos, son los que mejor soportaban la separación. El estrecho contacto de los primeros años les ha dado la fuerza necesaria para soportar las adversidades, lo que se conoce como resiliencia (la capacidad de sobreponerse y superar las experiencias traumáticas vividas).
La separación de dos personas adultas unidas por un vínculo afectivo produce intranquilidad para ambas. Para volver a tranquilizarse necesitan contacto físico y verbal especial, contacto que será más largo y complejo cuanta más larga haya sido la separación. Si una de las personas niega ese contacto tranquilizador, la otra suele responder con más intranquilidad, y a veces con hostilidad. Al final, harán falta más palabras y más contacto para tranquilizarla (habrá que disculparse).
Sin embargo, entre un niño pequeño y sus padres, la cosa cambia. Irse a otra habitación es para el niño una separación, porque no sabe adónde ha ido su madre. Tardará varios años en comprender que mamá está en la habitación de al lado y que por tanto “no se ha ido”. Y la escala es diferente: unos minutos son para un niño como varias horas, unas horas le parecen días o meses, y unos metros le parecen kilómetros.
Fuente: Bésame mucho, de Carlos González.
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